martes, 19 de febrero de 2013

Saber escuchar a quienes no dicen nada.



Dice Yamamoto Tsunemoto; “Cuando uno sabe un poco de algo, hace como si supiera mucho. Esto es prueba de la inmadurez. Cuando uno sabe mucho, no lo muestra.  Esto es algo profundo.”
Dicho de otra forma; Quien sabe de algo no encuentra razones para alzar la voz. Es muy común en nuestra sociedad, de un primitivo carácter latino, el encontrarse continuamente en la situación de tener que levantar la voz por encima del resto para poder participar en una conversación. Incluso ocurre que si se opta por permanecer en silencio por diferentes causas, sea una de ellas sencillamente no querer subir el tono del habla o incluso preferir escuchar como los demás luchan en una guerra de decibelios por hacerse oír, habrá quien se pregunte para sí o compartiendo sus pensamientos con los presentes: ¿No dices nada? ¿Te pasa algo? Incluso -¿Te aburres?
Nos hemos mal acostumbrado a escuchar a quien más grita, solo hay que ver que televisión tenemos, y desgraciadamente la mayoría de las conversaciones interesantes no son posibles porque nadie quiere esperar atento a qué dicen los demás, su turno para hablar, al no ser que haya otro matices como que sea un encuentro de tipo laboral o sencillamente que queramos mostrar lo mejor de nosotros aparentando una serenidad y saber estar que en caso de un encuentro de confianza no tendríamos.
Muchas veces las historias más interesantes que encuentro cuando me junto con alguien a tomar algo son las de quienes en principio aparentan más reservas a la hora de participar de las conversaciones. Un ejemplo claro lo encuentro cuando nos juntamos toda la familia y todo es algarabía y jaleo mientras mi abuela, ya de una edad muy respetable, permanece en silencio observándonos levantando la voz y haciendo ademanes como quien observa a unos animales detrás de una valla en el zoo. Y es sin duda, de todos los que podamos estar reunidos en ese momento, de quien más se podría aprender si se tuviera la suficiente calma para saber esperar. Muchas charlas con ella me lo han demostrado.

Volveré a escribir sobre este tema porque considero que da para mucho más, pero las obligaciones preceden al arte y hay asuntos que atender, de modo que finalizaré diciendo que merece la pena esforzarse por oír lo que tienen que decir quienes menos hablan.

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